Amanecía en Madrid un domingo cerrado, nublado, podría ser, por qué no, un domingo cualquiera de invierno. Pero no, está vez no era así. El Rayo jugaba una de las muchas finales que le quedan en este 2014 para lograr la permanencia. Ya no era un domingo cualquiera.
Amanecía en Madrid un domingo cerrado, nublado, podría ser, por qué no, un domingo cualquiera de invierno. Pero no, está vez no era así. El Rayo jugaba una de las muchas finales que le quedan en este 2014 para lograr la permanencia. Ya no era un domingo cualquiera.
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