Recorría la Albufera de la mano de los dos, de mi abuelo y de mi padre. Ambos me enseñaron cada domingo a disfrutar de ese rayo que asomaba por Vallecas cada quince días. Ambos me acercaron al fútbol, al balón que a diario me insufla vida y que los dos me enseñaron a jugar. Cada partido como si fuera el último, disfrutando cada uno de ellos. Saltando con cada gol y aplaudiendo con cada jugada. Porque el Rayo es un milagro. Porque Vallecas en el fútbol es un apoteósico carrusel de emociones del que no puedes bajarte un solo instante. Cada acción, cada camino, es un rincón apasionante de su historia. Y los dos, mi padre y mi abuelo, supieron empaparme de ella.
Recorría la Albufera de la mano de los dos, de mi abuelo y de mi padre. Ambos me enseñaron cada domingo a disfrutar de ese rayo que asomaba por Vallecas cada quince días. Ambos me acercaron al fútbol, al balón que a diario me insufla vida y que los dos me enseñaron a jugar. Cada partido como si fuera el último, disfrutando cada uno de ellos. Saltando con cada gol y aplaudiendo con cada jugada. Porque el Rayo es un milagro. Porque Vallecas en el fútbol es un apoteósico carrusel de emociones del que no puedes bajarte un solo instante. Cada acción, cada camino, es un rincón apasionante de su historia. Y los dos, mi padre y mi abuelo, supieron empaparme de ella.
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Etiquetas:
Opinion