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Paco Jémez, mi abuelo y su mano


Recorría la Albufera de la mano de los dos, de mi abuelo y de mi padre. Ambos me enseñaron cada domingo a disfrutar de ese rayo que asomaba por Vallecas cada quince días. Ambos me acercaron al fútbol, al balón que a diario me insufla vida y que los dos me enseñaron a jugar. Cada partido como si fuera el último, disfrutando cada uno de ellos. Saltando con cada gol y aplaudiendo con cada jugada. Porque el Rayo es un milagro. Porque Vallecas en el fútbol es un apoteósico carrusel de emociones del que no puedes bajarte un solo instante. Cada acción, cada camino, es un rincón apasionante de su historia. Y los dos, mi padre y mi abuelo, supieron empaparme de ella.

Hemos vivido momentos inolvidables, fuimos muchos más y supimos soñar. En realidad nunca dejamos de hacerlo. Siempre supimos que estaríamos arriba y siempre teníamos presente que algún día volveríamos a caer. Mi abuelo no ha podido celebrar los goles que nos han dado la permanencia durante cinco años, tampoco pudo estar la mañana del ascenso ante el Xerez. Quizás el cielo le tenía reservado el mejor de los sofás. No me dio la mano ni fuimos juntos al estadio, pero seguro que supo disfrutar como cuando lo hacíamos juntos. Como cuando en el pasado me enseñó a interpretar éste presente.

Los mandos de la nave fueron entonces a parar a Paco Jémez. La obra que comenzó Pepe Mel y pintó Ramón Sandoval la puso en órbita un técnico valiente, atrevido, con ambición y capaz de sacar un rendimiento asombroso a cada pieza barata que llegaba a los talleres de la Albufera. Todas se revalorizaban en cada viaje e incluso alguna casi llegó a tocar la Luna. Otras  se vendían en el mercado a precio de oro. Junto a ellos hemos hecho historia.

Jémez consiguió lo que nunca antes pudimos lograr. Durar en la alfombra roja del fútbol español, engañarnos y pensar que iba a ser eterno. Fueron cinco temporadas, todas ellas inolvidables. Algunos creían que volveríamos a Europa, otros que los anteriores estaban locos, y yo, muy bien enseñado, vivía cada minuto como si fuera el último, consciente de que algún año lo sería.

Desde el balcón se oían los rumores. Se escuchan los halagos y los actos que elevaban a los altares al técnico andaluz. No era para menos. Al resto nos “acojonaba”, disculpen el vocabulario, pero en la grada de Vallecas suena así. Lo valoran, lo quieren y si lo tienen que coronar, dejan reposar la corona en su sien, pero Jémez nos daba miedo. Una duda trascendental se extendía entre la afición. Querías que siguiese Paco, pero a su vez creías que su ciclo había acabado. Querías que fuese tu entrenador porque los resultados eran referencia, pero la duda se apoderaba de uno. Difícil de expresar. Y es que ya habíamos sufrido bastante. ¿Pero qué es este equipo sin este sufrimiento? ¿Alguien cree que sin él no lo haríamos? Pero sería diferente, yo les entiendo. No sé.

Antes de comenzar la última temporada en la élite quería más dinero y de eso andamos escasos. No somos tacaños pero los billetes circulan por otros barrios. Si no se adaptaba tenía que salir. Ya quiso más el anterior y finalmente siguió, lo agradecimos, pero él también. Al Rayo le venía muy bien Paco. A Jémez le venía muy bien el Rayo. Aquí se deja trabajar. No se pita. Tenemos paciencia y sólo de vez en cuando podemos dar un par de gritos mal sonantes, pero es que claro, lo de los pasecitos en la defensa nos pone muy nerviosos, entendernos.

Finalmente se pagó. Se le pagó mucho más de la cuenta, se hipotecó el nivel de la plantilla y el sueño terminó. Terminó sin una queja, sin un mísero pitido. Terminó con Paco llorando a un fondo que nunca la recriminó nada. Lloró a una afición que nunca le culpó. Por eso hasta ahora había seguido con nosotros. ¿Dónde iba a estar mejor? Él lo sabía y renovaba. Él pedía y se le daba. Ahora es tarde para lamentos. El dinero no da la felicidad. De todo se aprende, o eso esperamos.

Dicen que nunca entrena igual, que tiene un ejercicio diferente para cada mañana, que siempre mima el balón, que no se casa con nadie y que al final, es justo. Que le quería el Valencia, el Atleti, el Sevilla y la Selección. Yo pido que suden la camiseta y en la medida de lo posible, ganen. Con eso simplemente nos hubiéramos salvado, Paco, las odas al fútbol y las excelencias deportivas, alejadas y a kilómetros.

Esto es algo más sentimental. Siquiera pedimos la permanencia. Somos facilísimos. El dilema de Paco era un no parar, un clásico de cada verano. Quédate, o no, gracias y hasta siempre. Vaya lío. Me gustaría preguntar a mi abuelo qué debimos hacer antes que fuese tarde. Durante el partido nunca se sentaba, él sacaba su pitillo, se apoyaba en nuestro improvisado palco y a sonreír. Yo ahora le imito pero sin tabaco, que le mató. Quién sabe si por herencia u homenaje, pero le imito. En fin, ¿querrías que se quedase? Sé que no puedo conocer su postura y mi padre… Mi padre tampoco lo tiene nada claro.

Al final Paco Jémez saltó. Ni Sevilla, ni Valencia, ni Atleti, tampoco el Espanyol o el Deportivo. ¿La Selección? No, el Granada. Un proyecto deportivo, decía. Bueno, no sé yo. Dardos fuera, la culpa a otro lado, no se te caían los anillos pero elegiste la élite, no exigías dinero pero querías más. Pues bueno, ahí lo tienes, y juntó a él, una dosis de humildad. Gracias, adiós y espero que vuelvas a pisar tierra, amigo.

Estamos donde merecemos porque así ha sucedido, al menos deportivamente hablando. Porque nosotros, la afición, los que nunca le pitamos y nunca le exigimos nada, seguimos siendo de Primera, aunque recorramos campos que ahora no jueguen allí. Nosotros, unidos, tendemos la mano y guiamos, como siempre hizo conmigo él, mi abuelo. Seguiremos pelando por volver como siempre peleó él, hasta final. Abuelo, gracias por enseñarme lo que es el Rayo, sigue descansando que mi recuerdo es eterno. Ya animo yo por ti.


Sergio M.Potenciano

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